Este documental, dirigido por Paulo Pécora (también productor, junto a Mónica Lairana), esboza un panorama de artistas vinculados al universo del cine experimental analógico.
Quienes frecuentan el universo de los festivales y ciclos de cine, saben que Paulo Pécora viene desarrollando desde los inicios de su carrera una interesante aproximación a los formatos analógicos de cine (en especial, el de súper 8 y 16 mm). El pasaje al universo digital tal vez se constituyó como el marco para hacer de aquella forma de cine ya no una construcción caduca del savoir faire cinematográfico, sino una manera de habitar el mundo y de aportarle singularidad. Ya sea para los museos, el propio goce, o las exhibiciones sociales (que pueden ser reducidas o no, pero están abiertas a nuevas audiencias).
El guion de Mónica Lairana hace foco en los diversos procesos (desde los fotoquímicos, a partir del tratamiento de la película), la manufacturación de los materiales, el vínculo con la cámara (incluso, se hace hincapié en trabajos que prescinden de alguna de ellas) y el momento de expectación. Para hilvanar estos momentos, la película recurre a un grupo de artistas que opera como un colectivo; si bien se consignan los nombres en los créditos (Hayrabet Alacahan, el fundador y director de Cineteca Vida, recientemente fallecido; Azucena Losana, Ernesto Baca, Paula Pellejero, Jeff Zorrilla, Melisa Aller, Hernán Hayet, Sol Colombo, Andrés Guerberoff, Agostina Iaccobone, Ignacio Tamarit, Natacha Ebers, Daniel Vicino, Verónica Villanueva, Andrés Denegri, Carolina Andreetti, Matías Mielniczuk, Melina Pafundi, Andrés Pardo, Leonardo Zito, y Cecilia Simone), la yuxtaposición de sus testimonios da cuenta de una cultura, de una forma de entender el oficio cinematográfico en este mundo y su vinculación con la tradición y con las otras artes (también podremos apreciar espectáculos performativos en donde la música se amalgama con la imagen).
El pensamiento analógico es un interesante y bello trabajo, tanto para los espectadores y las espectadoras permeables a esta clase de películas de sesgo experimental, que también puede funcionar como un mundo a descubrir para las generaciones que nacieron con la impronta de la N roja en sus celulares. No solamente se reflexiona en el film sobre la materialidad del fílmico; también se hace mención a las implicancias filosóficas de dicho material. Por ejemplo, el paso (y el peso) del tiempo; la liberación que implica trabajar para uno mismo; el fracaso como posibilidad de repensar los resultados (cuando las cintas se rompen, por ejemplo) y las tensiones que se suscitan entre el proceso y la cosmovisión del artista, nodales para definirlos como tales en medio de un mundo que pide resoluciones instantáneas, con un click.
Nota de Ezequiel Obregón tomado de Leedor.com